Un café conmigo mismo
Me encantaría tomarme un café conmigo, no solo, si no con mi yo de hace veinte o treinta años.
No soy de esos que dicen que le gustaría volver a los Veinte años, pero sabiendo lo que se sabe ahora, para nada, somos quienes somos por nuestro esfuerzo en mayor o menor medida, por los fracasos, los éxitos y los errores, por habernos relacionado con mejores y peores personas, por alejarnos de quien no debimos o acercarnos a quienes nos hicieron daño, ese daño que hizo postilla y endurecido nuestra piel. Por eso, me gustaría tomarme un café conmigo, con mi yo de los 90 sin meterme con su vestimenta o su peinado, porque hubo un día en el que tuve todo el pelo en su sitio y no como ahora repartido por todo el cuerpo menos donde antes habitaba.
No aconsejaría a mi yo de antaño, no cambiaría ni un ápice de lo que fui ni lo que hice, pero si me gustaría escucharlo, que me contase que espera de mí, cuáles son sus metas y ambiciones para contrastarlas con todo lo acontecido, seguramente nos reiríamos un rato y me divertiría con mi propia nostalgia que no es más que la envidia de nuestro pasado.
A mi yo del siglo pasado le deseo que disfrute de cada momento como yo los disfruté, de cada amigo, de los que siguen siendo amigos, los cinco, y de los que se fueron. Él no puede cambiar el futuro tal y como yo no podría cambiar mi pasado, pero sí que podemos hacer por disfrutar de nuestro futuro viviendo cada ratito como si no hubiese ratitos por delante.
Mi yo del pasado tiene toda la vida por delante para llegar hasta hoy por eso yo, desde hoy seguiré intentando buscar cada lado bueno de las cosas, cada resquicio de felicidad en la familia, en el trabajo y en los amigos ya que cada vez que te sientas feliz solo tienes que pensar en los malos ratos que se tuvo que pasar para llegar a sentirte así. Nada es más gratis que una sonrisa, un abrazo o un beso para hacer que la vida sean ratitos llenos de felicidad y recuerda que tu “yo” de hoy es la versión más joven de ti de cara al mañana, disfrútalo.