Siempre habrá un día, y siempre será en abril, en el que todas las puertas de la belleza y la melancolía, se abran en el mismo sentido y a la vez, como las agujas del reloj del tiempo, que se detuvieron demasiado pronto, para privarnos de la artista y la persona, pero no de su alma y su recuerdo, de su luz y de su obra, y será ese día, en el azul y el blanco de sus amaneceres infinitos, que la naturaleza reverdecen, cuando la pintora algecireña de la sonrisa puesta, BLANCA OROZCO, a la vida nos devuelva, abriendo las ventanas de la memoria y las puertas de sus poemas en acrílico, porque aunque inconformista en sangre y alma, fiel a sus premisas pictóricas, literarias y humanas se mantuvo, asumiendo que lo que nace, vive, muere… y renace.

Y lo que renace, es este ciclo de la vida y la naturaleza, a tiempo colgado, donde invocar su primavera eterna, cumpliendo con ella los años que la hacen imprescindible y mágica, viajando por sus lienzos, que como los recuerdos laten, plenos de belleza y rebeldía, desde Baelo Claudia, Berlín o la vieja Al-yazirat, en sus noches y en sus días.

Días y noches, que nuestra primavera de esperanza son, para desde su arte y su palabra, volar alto, muy alto, sobre cualquier maldita valla, que la vida nos imponga para habitar sus paraísos o sus miedos.

Por eso, esto no es una exposición, no es un itinerario plástico de diferentes tamaños y formatos, sino un renacimiento, una fiesta de colores y de trazos, de poemas, de emociones y sentidos, donde lo que brota es el compromiso natural de una tierra y un mar, de la familia de sangre y de la familia del arte y los amigos, con la mirada de luz de Blanca, rebelándose contra su ausencia.

Este es el día, que cada año, y siempre será en abril, en el que desde el arte y la palabra, en cada corazón se expone, renace y florece la primavera eterna de BLANCA OROZCO SAMBUCETY, para desdibujar cualquier tristeza.