El día tiene una sal, un azúcar y una tarde que ha esperado con paciencia.

Ya no hay gaviotas: temen a los milanos, nuevos dueños de este aire; van más a lo suyo, un cambio que me gusta.

Mi mar no está lejos, es casi lo mismo que decir a la vista, pero no siempre lo ves, es cosa de sentir, perfumes y sabores, lo importante de la vida. Nota: no digas ‘pero” en una poesía. La tierra medita. Mediterráneo. Mi niñez ya no juega. ¿Por qué aquí soñamos más? En esta charca que se cree el centro de todo.

Hay dos alas acompañando a la milana. Ahora chillan sus crías en el nido. Mi terraza es tan alta que la confunde con un roquedal. Aquí está, instalada. Despega y vuelve. El día ha ido recogiendo su azúcar, llega la hora de los mosquitos.

La sal se viene de golpe y es una explosión de chile el anochecer.

Ojalá que, mañana, sigan aquí la pareja de milanos.