Héctor sintió que ese día había bebido bastante más de la cuenta en el chiringuito playero elegido. Por eso, tras esquivar a los bañistas que se interponían en su camino, por fin llegó donde su sombrilla, se tumbó bajo la misma y se dejó llevar. En segundos cayó en brazos de Morfeo y soñó que se bañaba en una piscina de cerveza bien fría. Cuando despertó, aún era de día, pero notó que algo raro pasaba. En la playa no se veía a nadie. Era como si los seres humanos se hubieran evaporado. También la sombrilla había desaparecido. En toda la extensión de playa solo se veía a él. Miró el reloj y había dormido más de cinco horas. «Son los extraterrestres —pensó—. Se han llevado a los seres humanos a otro planeta». Su riñonera seguía en la cintura, así que se iría hasta los aparcamientos para marchar de allí, pues estaba sintiendo miedo. Al llegar al descampado, un gorrilla se le acercó. «Menos mal que los extraterrestres no se lo han llevado», dijo Héctor. El tipo sonrió y repuso: «Los extraterrestres no, pero la ventolera que se levantó hará una hora ha dejado la playa vacía».