Con la venia, señor juez. Los hechos sucedieron de la siguiente manera: me hallaba dormido en la playa después de beber unas cuantas litronas. Ya sabe su señoría el calor que hace en el mes de agosto… Pues bien, cuando desperté, noté que era de noche y que estaba solo en la playa. Fue cuando un ogro se acercó a mí. Con voz muy grave dijo algo parecido a: «¡Te voy a comer las entrañas!». Entonces agarré la botella que tenía cerca y le di un golpe en la cabeza que hizo que se desplomara. La verdad que en ese momento veía y oía fatal… sin duda por efecto de los calores. ¿Cómo iba a pensar que se trataba de mi cuñado Manolo? ¿Qué culpa tengo yo de que sea grande, gordo y peludo? No entendí bien cuando dijo: «¡Como no te vayas para casa, mi hermana te va a comer las entrañas!». ¡La culpa, señoría, fue del mamón que me echó algo en las litronas!